miércoles, 13 de abril de 2011

Los límites de la redonda.




Esta semana se dieron dos hechos que me llevaron nuevamente a pensar sobre el papel de los futbolistas, sus obligaciones, responsabilidades y límites. Los dos casos son muy diferentes, por antecedentes y por consecuencias para sus protagonistas, al igual que por el tratamiento y la exposición que tuvieron en los medios.
El primero es el del Burrito Ortega y su reconocida adicción que tantos problemas le ocasionó y en la que a veces nos olvidamos que el único o mayor perjudicado es él mismo. Cada ausencia de Ariel a las prácticas es una noticia instantánea en los noticieros, deportivos o no deportivos, y empiezan las especulaciones, los análisis, se buscan culpables, se aconsejan tratamientos y se debate sobre el comportamiento ético/responsable del jugador, siendo la principal preocupación si Ortega debe o no seguir jugando al deporte que lo hace feliz. Los hinchas nos disfrazamos de psicólogos y médicos, en seguida determinamos qué es lo mejor y los periodistas también hacen su parte. Sin embargo hasta el momento no escuché la palabra de profesionales capacitados en el tratamiento de un problema tan complejo. Tenemos que aprender que Ortega es, primero una persona y recién después jugador de fútbol, primero está su vida, su salud, su familia, su felicidad y sólo recién estamos los hinchas, los periodistas, los técnicos, los compañeros de equipo y los dirigentes. Debemos de una vez por todas entender que no sabemos todo de todo, que no somos expertos en cualquier materia y que no tenemos que opinar siempre, que el fútbol es un deporte hermoso, pero lo juegan los hombres, y que el deporte queda a un lado cuando lo que importa es la persona.
El otro caso es el de Matías Defederico. Hace dos días en mi cuenta de Twitter me encontré con que se despedía de sus seguidores, me sorprendió porque es un jugador que siempre se muestra abierto, no solo a los hinchas de su club sino al ambiente del fútbol en general. Comencé a investigar y me encontré con una sorpresa. Se le reclamaba una salida de un sábado por la noche estando lesionado. Leí una y otra vez la palabra responsabilidad y me volví a preguntar desde qué lugar se le reclamaba. Traté de pensar y creo que no conozco a una sola persona que no pueda disfrutar de una salida luego de cumplir con sus obligaciones laborales. Es increíble el sentido de posesión que muchas veces tenemos para con los jugadores, a tal punto que parece necesario que nos tengan que pedir autorización para disfrutar de sus momentos de descanso. Aún cuando el jugador entre en falta e incurra en un acto de irresponsabilidad no nos corresponde a nosotros “sancionarlo” ni juzgarlo, para eso están el DT y los dirigentes, quienes determinarán las acciones que crean correctas y pertinentes al caso en cuestión.
Los dos casos son extremadamente diferentes, pero tienen algo en común, nos seguimos involucrando en la vida privada de los jugadores y lo hacemos desde el desconocimiento y la hipocresía de reclamarles algo que nosotros mismos no somos capaces de cumplir. Creemos que por ser hinchas tenemos el derecho a reclamarles, increparlos, insultarlos y hasta amenazarlos en muchos casos, solo por el hecho de vestir la camiseta que nosotros decimos amar. Los periodistas muchas veces justifican este comportamiento y hasta muchos jugadores parecen avalar este tipo de cuestiones ya que “el hincha paga la entrada y alienta siempre”. Me parece que nos equivocamos, no somos jefes ni propietarios de nadie.
Nunca nos olvidemos que aún cuando el fútbol ocupa un lugar importante para todos los que disfrutamos de este juego, los que entran a la cancha son primero personas, miembros de familia, luego trabajadores que viven de su actividad y solo recién son futbolistas. Respetemos su intimidad, critiquemos el juego y opinemos del deporte que nos apasiona.

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