jueves, 14 de abril de 2011

Selecciones F.C.


La globalización es una realidad. Todos los días escuchamos una y otra vez hablar de este fenómeno que abarca y condiciona casi todos los aspectos de la sociedad en que vivimos. El fútbol no es la excepción, se abren mercados que antes no existían y hoy es cada vez más común ver en un plantel jugadores de nacionalidades tan variadas como exóticas e impensadas tiempo atrás. Equipos como el Inter de Milán están conformados casi por completo de jugadores extranjeros. A nivel clubes la “globalización” del fútbol es una realidad y difícilmente se pueda revertir, por lo menos en un corto plazo. En ese sentido la política de las instituciones debe respetarse, ya sea a la hora de abrirse o cerrarse a este fenómeno. Pero a nivel selección la historia es diferente. Lo que se pone en juego es la pasión y el orgullo nacional. Históricamente existieron casos de jugadores representando a países diferentes al que los vio nacer. Basta citar a Distéfano que vistió la camiseta argentina y española, o más cerca en el tiempo a Mauro Camoranesi quién se consagró campeón del mundo con Italia. Hoy vemos como jugadores de países históricamente “fuertes” como Argentina y Brasil, al ver limitadas las posibilidades de vestir la camiseta de su selección natal, obtienen la nacionalidad de otros países sólo para poder cumplir su sueño o deseo de jugar a nivel internacional o poder disputar un mundial. Un caso reciente es el de Néstor Ortigoza o el de Lucas Barrios, que representaron a Paraguay en la última copa del mundo sin siquiera haber jugado en el país guaraní. Por su parte México suele utilizar jugadores extranjeros que llevan un tiempo disputando la liga local. En otros casos hasta se ofrecen incentivos económicos para convencer a los futbolistas.
En este contexto me pregunto si no es momento de poner un freno antes de que el fútbol de selección pierda la identidad nacional y se convierta en un negocio en el que los traspasos de jugadores se transformen en moneda común. Sería bueno que tomáramos el ejemplo de lo que ya ocurrió a nivel clubes y tratemos de conservar esa pasión que sentimos cuando nuestra selección entra a la cancha. El fútbol de selección es el único que nos une como país, es el único que nos representa a los millones de compatriotas que alentamos a morir, el único que permite que en una cancha todos alienten para el mismo lado, a la misma camiseta. De mi parte me encantaría que el jugador que represente a mi país sea aquél que sueña con ese momento desde el día en que empezó a patear una pelota, que cuando le pregunten de chiquito cuál es su sueño conteste jugar en LA Selección, no en UNA Selección.
El fútbol y el deporte en general son los únicos capaces de convertir en sana y saludable una rivalidad entre países. Después de todo, un argentino quiere ganarle a los brasileros, no a un conjunto de jugadores que visten la verde amárela. Por suerte la Selección Argentina hasta el momento se mantiene al margen de este fenómeno, pero sólo porque estamos en una tierra de abundancia de futbolistas. Ojala los dirigentes de FIFA se encarguen de regular esta situación antes de que el fútbol de selecciones se termine de convertir en negocio, como ya parece que comenzó hacerlo. No se trata de nacionalismo ni racismo, los jugadores de los países hermanos tienen las puertas abiertas. El fútbol nos va a seguir uniendo en una cancha, aún cuando vistamos camisetas diferentes.

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