lunes, 16 de abril de 2012

Locuras del fútbol argentino

¿Qué nos pasa? ¿Cuál es nuestro problema? ¿En qué momento perdimos el rumbo de la manera en que lo perdimos? Son preguntas que me hice y me sigo haciendo. Hacía mucho que no escribía una nota de opinión y vuelvo a hacerlo lamentablemente con temas recurrentes, pero agravados.
Como hincha de Independiente, esperé el día sábado con mucha ilusión, con la ansiedad de un clásico a la vista. En la cancha, mi equipo me regaló una enorme sonrisa, desde el resultado, desde la actitud y desde algunos síntomas que demuestran que está naciendo un equipo, que no brilla pero se acomoda de a poquito después de golpes recurrentes sufridos desde el plano deportivo y dirigencial. No son pocas las veces que critiqué actitudes de mi propia hinchada, pero el clásico esta vez nos mostró unidos en una fiesta, como debe ser. Del otro lado, la hinchada académica también se comportó de manera correcta y sin violencia. Pero, cuando el hincha se comporta, parece que quienes tienen que dar la nota negativa son los mismos jugadores.
Empecemos por uno de ellos, Teófilo Gutiérrez. No estoy de acuerdo con los que lo tildan de “crack”, pero a las claras se trata de un muy buen jugador cuando se dedica a patear la pelotita y no a armar pequeñas novelas con propios y ajenos. El sábado dio una muestra más de lo irrespetuoso que puede ser este personaje, no sólo con los rivales, sino con sus propios compañeros e hinchas. Entre domingo y lunes escuché a varios simpatizantes de la academia preguntar ¿Quién es el culpable de lo que pasa con “Teo”? Mi respuesta es simple: ellos mismos. El hincha de Racing hoy se queja de actitudes que festejó cuando el perjudicado fue el rival. Al colombiano se le justificó desde lo deportivo comportamientos que exceden dicho ámbito. No caben dudas que, si Gutiérrez hoy metiera un gol por partido, sus faltas de respeto no serían centro de los numerosos análisis que nos toca presenciar hoy.
Pero no fue lo único que me indignó este fin de semana. Ya terminando el domingo, con la derrota de Boca Juniors consumada y esperando un resumen de goles de mi equipo me encuentro con la sorpresa de un hecho más de violencia, con la particularidad de que esta vez enfrentó a jugadores e hinchas. Los simpatizantes de Tigre se desubicaron y profesionales de la experiencia de Santiago Silva dejaron de serlo y se fundieron en trompadas. Cada vez peor.
Ya hoy lunes, los medios volvieron a desviarse de lo futbolístico, ignoraron la victoria de mi equipo y se centraron en estos dos hechos. Después de calmar mi bronca por ese hecho, me dispuse a escucharlos. Hablaron de discriminación, xenofobia, de gastadas, operativos policiales y demás. Opiniones al margen, se olvidaron de algo importante. ¿Acciones como la de Santiago Silva no justifican una sanción? ¿Damos por hecho que una maniobra impropia por parte de un grupo de hinchas justifica una reacción igual o más irracional? No creo que deba ser así.
Volviendo a las preguntas que planteé al principio de la nota me aventuro a dar mis propias respuestas. Nos pasa que la educación hace rato dejó de ser parte de nuestro sistema de valores. Nuestro problema es que vivimos el fútbol como una guerra y no como un juego, y al rumbo lo perdimos en el momento en que dejamos que el negocio se adueñara de nuestro deporte.
Desde estas palabras vuelvo a plantar bandera y a ponerme en la vereda del frente de un fútbol que no me gusta, en la cancha y afuera de ella.


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